Es imposible creer en un mundo lleno de felicidad. Esta
afirmación se complica cuando te das cuenta de que la plena felicidad no
existe, se difumina.
Esa tarde escribía sin casi poder parar, sin mirar lo que
salía de mi pluma, sin pensar. Es cierto que cuando verdaderamente sabes que es
lo que quieres es cuando no esta cerca de ti, cuando corres el tremendo peligro
de perderlo y eso era lo que estaba apunto de hacer con mi vida, perderla,
abandonarla quizá sea la palabra más exacta. Sabía que era la única manera de
valorarla de verdad.
Llevaba años queriendo huir de un mundo que creé, donde
prevalecía una máscara que yo misma me había impuesto, una persona que no era
realmente yo. En realidad no me preocupaba el hecho de pensar que con ella puesta
defraudaba a los de mi alrededor, lo que verdaderamente me preocupaba era saber
que nunca dejé a nadie conocerme de verdad, eso me entristecía porque sabía que
si algún día faltaba no quedaría rastro de quien soy.
Necesitaba marchar, irme para no volver nunca. Era algo que
siempre estuvo en mi mente pero creo que nunca tuve el valor para hacerlo y con
el paso de los años se hacía más urgente. Estaba preparada para ello. Encima de
mi mesa cogí el billete de ida, solo de ida. Estaba a punto de huir de todo, de
todo aquello que tanto me asfixiaba, del mundo que tuve y siempre detesté. Solo
había una razón por la que hubiese roto en pedazos ese billete, pero la razón
no llegaba. Lo tenía en mi mano, era el pasaje a una vida que me apartaría de
todo y solo podía pensar en momentos vividos.
¿Debía irme? No tenía respuesta para eso, solo sabía que iba
a hacerlo. ¿Debía contarle a alguien lo que estaba a punto de hacer? No, si me
iba era para empezar de cero, eso estaba claro. La única seña de vida que daría
sería la de que me iba pero nunca diría adonde, nadie debía saberlo.
¿Lo pasarían mal, me echarían de menos? Quizá algunos, otros
me olvidarían muy pronto, estoy segura. Tenía miedo, estaba temblando, y una
parte de mi esperaba que llegase esa razón por la que no debía irme, sin
embargo, tenía la corazonada de que eso no pasaría.
Era la hora. La casa estaba vacía, me había asegurado de que
no hubiese nadie a la hora de mi salida. Cogí mi maleta, dejé sobre la mesa de
cristal un sobre para mi madre explicándole que tenía que hacerlo y que
intentase que los demás también lo comprendieran, y salí por la puerta. Era un
adiós definitivo, sabía que no volvería.
De camino al tren mi vida pasaba ante mis ojos. No era una
mala vida, había de todo. Cosas que nunca olvidaría y momentos que intentaría
no recordar nunca más. Unos para no sufrir al saber que jamás volverían, y
otros por hacer como si nunca hubiesen existido. Ahora me convertiría en una
persona distinta, nueva, o en realidad la que se ocultaba bajo mi disfraz.
A él lo mandé un mensaje al móvil. Le dije que no intentase
contactar conmigo porque iba a cambiar de número y le dí las gracias por todo lo
que había hecho por mí, recordándole que había sido realmente importante en mi
vida, pero que lo hacía también por él.
Montada en el tren apoyé mi cabeza junto al cristal,
sintiendo una paz indescriptible. Nunca más iba a permitirme ponerme corazas,
máscaras, solo iba a ser yo misma con lágrimas sonrisas o lo que en ese momento
necesitase expresar, sin reparo alguno, sin ningún miedo.
Hoy era el día, era mi día. Hoy comenzaba mi vida…
wuauuuuu karenn!! es estupendo!!
ResponderEliminarEscribe un libro xfavorr que yo me lo leo!! jejej vales para escribir sin duda, blogs, criticas, lo que sea xq vas a llegar muy lejos!
Claudia
Muchas gracias! Si hay una persona a la que le guste lo que hago para mi es motivo suficiente para hacerlo con más ganas!
ResponderEliminarun beso!